LA DUALIDAD EXISTENTE EN LA NOVELA “EL EXTRAÑO CASO DEL DR. JEKYLL Y MR. HYDE” (1886) DE ROBERT LOUIS STEVENSON


Valeria Bonilla Jiménez

“Aquí yace donde quiso yacer.

 De vuelta de la costa está el marinero,

de vuelta del monte está el cazador”

Robert Louis Stevenson.

En el presente escrito se pretende realizar una reflexión en torno a las dualidades que emergen en la novela “El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” escrita en 1886 por el escocés Robert Louis Stevenson. Ésta es una obra corta, compuesta por diez capítulos titulados de manera sugerente, que, aunque está narrada en tercera persona por un narrador omnisciente, también es comprendida por diálogos, epístolas reveladoras y fragmentos que expresan los pensamientos de los personajes. Además, cuenta con exquisitas descripciones de las calles y el clima de Londres de finales del siglo XIX donde es ambientada esta sombría e intrigante historia, lo cual permite adentrarse de una manera genuina en la narración donde todo es extraño e inesperado y se hace más rica la experiencia del lector que va de la mano de Mr. Utterson.

Contextualización

La novela aborda la incansable búsqueda de la verdad por parte del abogado Mr. Gabriel John Utterson. Éste personaje se preocupa por su amigo y cliente de hace varios años, el Doctor Henry Jekyll, quien al parecer está siendo chantajeado por un hombre desconocido, Edward Hyde, un criminal que figura como heredero de su testamento en caso de muerte o de desaparición. Mr. Utterson emprende una persecución contra Hyde y se da cuenta de la extraña relación que sostiene con su amigo, hasta que después de una serie de crímenes, coincidencias y finalmente confesiones, comprende que Jekyll y Hyde se encuentran en un mismo cuerpo que sufre transformaciones físicas a causa de una poción química. 

Las facetas

La obra está tejida alrededor de varias dualidades susceptibles de ser interpretadas por el lector. En primera medida se puede aludir a la apariencia de los personajes principales, descrita por otros personajes y que permiten crear una imagen de ellos. Por un lado, Dr. Jekyll, “un hombre de unos cincuenta años, corpulento, fuerte, bien afeitado, con aspecto un tanto malicioso tal vez, pero inequívocamente competente y amable” (Stevenson, 1886, p. 15). Por otro lado se encuentra Hyde, “un individuo a quien nadie podía ver” (Stevenson, 1886, p. 5), bastante bajo de estatura, de quien Mr. Enfield dijo lo siguiente:

No es fácil de describir. Algo le pasa a su aspecto; algo desagradable, algo realmente detestable. Nunca vi a un hombre que me desagradase tanto, y sin embargo seguramente no sabría decir por qué. Debe de estar desfigurado en alguna parte; da la impresión de que es deforme, aunque no podría especificar en qué sentido (Stevenson, 1886, p. 6).

De acuerdo a lo anterior, se puede advertir que hay una contrariedad evidente en el aspecto de Jekyll y Hyde, pues “del mismo modo que el bien resplandecía en el semblante de uno, el mal estaba claramente grabado en el rostro del otro” (Stevenson, 1886, p. 53). Además, factores como los nombres demarcan contrariedad: “Jekyll”, un nombre reconocido, que aparece incluso en los periódicos, frente al nombre de “Hyde”, el cual es pensado audazmente porque significa “esconder” en inglés, solo con una variable en la letra “y” que reemplaza a la “i” (hide); éste es un hombre que se esconde de la justicia por sus delitos, pero también es el ser que representa la escapatoria, lo escondido de sí mismo. Otro factor a tener presente es la estatura, la cual se conecta directamente con sus valores, como en el caso de Mr. Hyde, de quien con el correr de las páginas, se puede comprender que era bajo porque la forma material de la maldad en Jekyll estaba menos desarrollada que el lado bueno. Sin embargo, cuando Hyde comienza a tener el control sobre la corporeidad, Jekyll repara en que el cuerpo de Hyde aumenta de estatura; “empecé a barruntar el peligro de que, si aquello se prolongaba mucho, mi equilibrio mental podría ser destruido irreparablemente, que podría perder la facultad de cambiar a voluntad, y que la personalidad de Edward Hyde se apoderaría de mí irrevocablemente” (Stevenson, 1886, p. 57). Por consiguiente, se puede entender que hay en la estatura una representación de la disposición interior hacia el bien o hacia el mal.

Por otra parte, cuando Utterson hizo que Mr. Guest comparara la carta que supuestamente le había dejado Hyde a Jekyll y el testamento de Jekyll que él conservaba, Guest le respondió: “Verá usted, señor, existe un parecido bastante singular; los dos tipos de escritura son idénticos en muchos aspectos: sólo difieren en la inclinación de la letra” (Stevenson, 1886, p. 25). Ante la sociedad la vida de Jekyll era honorable y recta como la letra, distinta de los intereses y acciones que exterioriza a través de Hyde que eran como su letra torcida, una letra escrita por el mismo puño que intenta ocultar lo que él mismo refiere, “los placeres que me apresuré a buscar bajo este disfraz fueron indecorosos; no me atrevería a emplear un término más severo. Pero, en manos de Edward Hyde, pronto empezaron a derivar hacia lo monstruoso” (Stevenson, 1886, p. 55). De manera que Hyde comenzó a tomar el control sobre Jekyll.

Si algo había que los distinguiera bastante, era el sentimiento de uno por el otro encarnado en la memoria, por una parte Jekyll se asombra de los actos degradantes de Hyde, pues su conciencia cavila sobre ellos, a diferencia de Hyde quien no rememora sus acciones y atiende a sus deseos e impulsos sin atenerse a la aprobación social o a la moral. La dualidad en el hecho de que uno olvida y otro recuerda; Jekyll, cohibido de sus placeres, tiene remordimiento, es creyente, siente que es tentado y lamenta caer; en contraposición con Hyde, quien es insensible, no tiene culpa y cae en las tentaciones. Sin embargo, Jekyll contempla y se acoge a lo que le posibilita el ser Hyde, “era el primero que podía, de esta manera, aparecer públicamente revestido de una cordial respetabilidad, y un instante después, como un colegial, despojarme de aquellos préstamos y tirarme de cabeza al mar de la libertad(Stevenson, 1886, p. 55). 

Trenzando espacios

El autor teje una audaz relación entre los espacios y los personajes. Por una parte encontramos sorpresivamente la casa del Dr. Jekyll. Uno de los primeros lugares de los que da cuenta la novela es de una callejuela de un concurrido, pero tranquilo barrio con la que se toparon en su paseo rutinario Mr. Enfield y Mr. Utterson y en donde en la puerta de entrada de una casa, Mr. Enfield rememora el incidente de la niña que es pisoteada y el horrible hombre que entra allí. Esa casa se encontraba a dos puertas a la izquierda de una esquina en un patio que

Rompía el alineamiento de las fachadas; y justo en aquel lugar, la siniestra mole de cierto edificio proyectaba su gablete sobre la calle. Tenía dos pisos de altura; no se veía ninguna ventana, sólo una puerta en la planta baja y un frente ciego de muro descolorido en el piso superior; y en todos sus rasgos mostraba las señales de un prolongado y sórdido abandono (Stevenson, 1886, p. 2).

Lo interesante es descubrir que la puerta por donde entra éste hombre, es precisamente la puerta trasera de la casa del Dr. Jekyll. El narrador dice: “a la vuelta de la esquina de la callejuela en una manzana de casas antiguas y elegantes (…). Una casa, la segunda a partir de la esquina, estaba todavía habitada en su totalidad; y Mr. Utterson se detuvo frente a su puerta, que tenía un magnífico aspecto de riqueza y bienestar” (Stevenson, 1886, p. 13).

Evidentemente, la vivienda tiene también una connotación doble, ya que la fachada de la casa donde el círculo de amigos de estrato social alto visita al Dr. Jekyll, está en un barrio elegante; a diferencia de la puerta trasera por donde ingresa a la casa Mr. Hyde, oculta y abandonada, tal cual como es él. Así mismo, la calle del Soho, completamente simbólica y reveladora, donde supuestamente vive Mr. Hyde, conecta perfectamente con lo que le está sucediendo a Jekyll, “con sus calles embarradas, sus desaseados transeúntes y sus farolas, que no habían sido apagadas o las habían vuelto a encender para combatir aquella nueva y lúgubre invasión de la oscuridad” (Stevenson, 1886, p. 19). Luces que luchan contra las tinieblas, como Jekyll lucha contra Hyde por mantener la bondad en el ser, calles embarradas como una conciencia sucia y desaseados transeúntes como actos impuros y delictivos que no dejan libre la mente.

Ahora bien, algo curioso sobre el escenario de la novela, es decir, las calles de Londres bellamente descritas, con la presencia de las farolas que iluminan el relato, es que según Fernando Savater (2019), especialistas y lectores nativos de Edimburgo sienten que la narración se ubica allí y no en Londres. “Las calles estaban tan limpias como la pista de un salón de baile; las farolas, impertérritas ante cualquier tipo de viento, dibujaban un estampado uniforme de luces y sombras (Stevenson, 1886, p. 10). Aquí se puede entrever otra dualidad, pues el narrador explícitamente habla de Londres, pero las cualidades de la ciudad son las de Edimburgo, especialmente por sus faroles, los cuales tuvieron gran relevancia para Stevenson desde su niñez, ya que por parte de su padre, la familia se componía de ingenieros constructores de faroles.

Cerrando…

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde es realmente una obra literaria extraordinaria, parafraseando a Javier Marías, “una obra siempre fértil”. Es una gema preciosa de la lengua inglesa, un clásico del cual siempre en las relecturas se puede encontrar y rescatar algo más que sorprenda al lector. Posee un lenguaje sofisticado y hermoso lleno de simbolismos y recreaciones que inevitablemente cautivan. Es una obra bien lograda, llena de originalidad que aborda la dualidad desde varias perspectivas como la psicológica, la moral, la científica, filosófica, ética, social y otras merecedoras de ser abordadas e interpretadas. Asimismo, suscita profundas cuestiones como: ¿Llevamos un monstruo dentro? ¿Actuamos de manera contraria a nuestra conciencia? ¿Qué tan malévolos son nuestros más profundos deseos? ¿Es dual la naturaleza del hombre? Si hubiese una poción química que separara nuestras máscaras ¿qué pasaría? ¿Podríamos tener yos independientes? Para terminar, quiero citar mi fragmento favorito de la novela. “¡Ay, qué enemigo más grande del reposo es la mala conciencia!” (Stevenson, 1886, p. 38).

Referencia bibliográfica.

Stevenson, R. L. (s,f). El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Freeditorial.


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