Valeria Bonilla Jiménez
Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: la naturaleza.
Jean Jacques Rousseau.
En la literatura se han enmarcado variados contextos, historia, personajes, autores destacados, territorios y testimonios nutridos por la ficción. En el presente escrito, se pretende realizar una aproximación a éste último aspecto del cual la literatura ha sido partícipe activamente y, para ser más precisa, dirigir la mirada hacia la naturaleza inmersa en narraciones literarias que se entretejen con la realidad histórica colombiana, pues ésta ha sido testigo de cambios y actos de violencia. Es así, como surge una pregunta eje a partir de las lecturas y el encuentro de intertextualidades en dos obras literarias de autores colombianos: ¿cómo concebir la naturaleza colombiana como un personaje más en las novelas “Los Derrotados” (2012) de Pablo Montoya y en “Los Ejércitos» (2007) de Evelio Rosero, desde la relación afectiva que trazan los personajes principales con ella?
El escrito La fotografía y el herbario como formas de representación en Los derrotados de Pablo Montoya (2017) sustentado por Pilar María Cimadevilla, propone un análisis sobre dos aspectos relevantes de la novela: primeramente, la fotografía como elemento que representa y reproduce la realidad explícitamente, a través de la captura de imágenes y también, como un elemento que permite tanto reconstruirla como dejar huella en ella, a partir de la circulación de fotos que dan paso a un registro de lo que sucede en el mundo y a la reflexión que se suscita sobre éstas.

En segundo lugar, el estudio del herbario como un proyecto que atraviesa los intereses de Francisco José de Caldas y Andrés Ramírez, personajes principales de Los Derrotados (2012), en quienes se prestará atención en el presente trabajo. Sus intereses se dividen en dos perspectivas distintas frente a la naturaleza, así como ellos están en diferentes espacios y contextos temporales, ya que la novela mediante capítulos, alterna las historias biográficas de ellos, pasando del siglo XIX al siglo XX. Por un lado, se encuentra Caldas, quien en su diario medita su percepción de observador frente a la naturaleza y la describe desde su posición subjetiva poética, dando origen a un proyecto en el que estudia y explora la flora de la Nueva Granada como un botánico que exalta la riqueza natural nacional, pero que también se interesa por la astronomía y por los avances que pueden generar su trabajo intelectual en su patria. Y es allí, en su discurso e influencia, como apunta Cimadevilla (2017) siguiendo a Crary (2008), que “la productividad del observador impregnaron no solo los campos del arte, sino también los discursos filosóficos, científicos y tecnológicos” (p. 102).
El lector al adentrarse en la novela nutrida por la historia de Caldas, puede cavilar sobre la faceta a la que apunta Montoya (2012), que si bien lo muestra como un militar destacado en el proceso de independencia, que justamente por atender al movimiento revolucionario abandona su proyecto botánico y geográfico, el foco se encuentra en su rol de naturalista, de científico, de intelectual, un ser mucho más sensible frente a su entorno, que conlleva a ver la naturaleza transfigurada por la poesía, “confieso que hay algo de placer cuando desprendo de la vida una flor para clasificarla. Cerceno para conocer e interrumpo el flujo de la naturaleza para fijar un dato” (Montoya, 2012, p. 121). Más que capturar una imagen de ésta por medio de sus dibujos realizados en el recorrido que le abre los ojos al descubrimiento, Caldas crea una imagen en su diario por medio de las palabras inspiradas, que le remite al lector la experiencia de los sentidos.
Por otro lado, la figura de observador y fotógrafo de Andrés Ramírez se enfrenta a una naturaleza que atestigua la barbarie, “en la fotografía la escena está enmarcada por la maleza que rodea la trocha. Hacia el lado izquierdo, detrás de Anacleto, hay una flor blanca. Es un lirio que algún dios de la selva, repentinamente conmovido, ofrece al deudo” (Montoya, 2012, p. 231). Ésta cita hace referencia al momento en que Ramírez se encuentra en Chocó y en medio de la persecución que el ejército sostiene contra la guerrilla, pues hacía poco había ocurrido el bombardeo de una iglesia en Bojayá por parte de las FARC, dispara a los ranchos y en uno de ellos se encontraba Anacleto con su esposa e hijos. La mujer es alcanzada por una bala y muere. En medio de las atroces líneas del relato, la belleza de este fragmento radica en el simbolismo de la flor, en el simbolismo de su color que implica pensar en la paz, una dulce manifestación de la naturaleza con una flor blanca conmueve la sensibilidad de los personajes, pero, también del lector y hace que inevitablemente sea relacionada con la bandera blanca con la cual la hermana misionera pretendía dar una señal para que los soldados no dispararan y poder pasar con el ataúd.
La naturaleza atestigua, se conmueve también y ofrece, en este caso, una flor blanca como consuelo, como una voz y una muestra de su presencia en medio del caos; “la naturaleza parece, en este sentido, amargamente sabia. Con la flor demuestra que lo que brota con mayor brillo es aquello que se marchita con más prontitud” (Montoya, 2012, p. 225), es decir, la vida, esto lo diría Caldas en sus diarios, dando una poética explicación a lo que le sucedió a la esposa de Anacleto, una mujer joven de veinte años es arrancada de la existencia de manera muy pronta. Vale destacar, la manera audaz con que el lenguaje usado por Montoya (2012) en la novela, teje intertextualidades, respuestas, y miradas frente a la naturaleza, por medio de la vivencia de sus personajes; “puede observarse cierta coincidencia en la sensibilidad a partir de la que cada uno de los personajes intenta comprender y salvarse de la violencia del mundo” (Cimadevilla, 2017, p. 92), de manera que las narraciones tienen ciertos vestigios que conectan entre sí, marcados por los sucesos en la historia de Colombia.
Ahora bien, la docente de Literatura latinoamericana en la Universidad Nacional de La Plata, Carolina Sancholuz, escribió un interesante texto titulado: “Ciencia versus violencia. La figura de Francisco José de Caldas en Los derrotados (2012) de Pablo Montoya” (2018), en el cual realiza un estudio interpretativo sobre la memoria espacial y temporal colombiana en la novela, teniendo en cuenta factores como el simbolismo de la naturaleza y la violencia que se entretejen con el pasado de finales del siglo XVII y con el presente del país, contemplando la figura de Caldas como eje para abordar dichos factores. “El botánico deviene filósofo, en tanto la naturaleza le enseña, por ejemplo, “la verdad ineluctable” que encierra la brevedad de la vida mediante la imagen de la flor (Sancholuz, 2017, p. 100).
Así, desde la postura de observador de Caldas, que se detiene a reflexionar en la belleza de la naturaleza y en el desear ser uno con ella, “quisiera que después de mi muerte sea posible mezclar mis cenizas con las semillas de un guayacán amarillo para que eso que yo sea después esté signado por la luz de sus pétalos” (Montoya, 2012, p. 135), también, se puede situar el escrutinio doloroso de las trágicas características y consecuencias del conflicto que permean inevitablemente la vida, “escucho que alguien declara: reo por haber sostenido la rebelión. Un olor entonces me viene de alguna parte. Son los líquenes, los musgos, los hongos” (Montoya, 2012, p 292). De esta forma, Montoya (2012) logra “apelar el ejercicio de una escritura que entraña una fuerte densidad estética, autorreflexiva, profunda, que cuestiona y, ―se cuestiona precisamente desde la mediación que implica el trabajo con la palabra―, la sensibilidad, las tensiones, las contradicciones, los disensos” (Sancholuz, 2017, p. 103).
Hay toques realistas, pues varios fragmentos son una reproducción de lo que conoció directa o indirectamente el autor a través de sus lecturas y su investigación, y su conducta estética logra reflejar la triste experiencia de un país que conlleva a que el lector se pregunte por su realidad y su posición frente a ella. De manera que la realidad se vuelve más palpable y clara, a través de un ejercicio de lectura en el que poco a poco con el correr de las páginas, el lector va ingresando en la atmósfera bélica de la narración, gracias a las percepciones de personajes principales, por ejemplo, de Ismael Pasos en Los Ejércitos (2007) y a las precisas descripciones de los rostros, del silencio, del territorio y de los pensamientos,
Voy corriendo por el pasillo hasta la puerta que da al huerto, sin importar el peligro; cómo importarme si parece que la guerra ocurre en mi propia casa. Encuentro la fuente de los peces —de lajas pulidas— volada por la mitad; en el piso brillante de agua tiemblan todavía los peces anaranjados, ¿qué hacer, los recojo?, ¿qué pensará Otilia —me digo insensatamente— cuando encuentre este desorden? Reúno pez por pez y los arrojo al cielo, lejos: que Otilia no vea sus peces muertos (Rosero, 2007, p. 54).
Hay un duelo trágico que sostiene a la naturaleza a partir de las experiencias y sentidos que los personajes trazan con ella. Y se lee desde el factor descriptivo minucioso que explica el estado de los pueblos, de los territorios y las actividades de los personajes como preponderante para evidenciar este duelo. Los Ejércitos (2007), en un inicio da cuenta de la vida de Ismael al lado de su esposa Otilia, en un diario vivir relacionado con los árboles de naranjas, los tres gatos trepados cada uno en los almendros y la alimentación de los peces del estanque. Una rutina tranquila, totalmente transgredida con lo que se vendría en el pueblo de San José, “la humareda la produce otro de los árboles, incendiado y dividido en su cúspide; más abajo, en la pulpa blanquísima del tronco descortezado, distingo una mancha de sangre, y, sobre las raíces, clavado en astillas, el cadáver de uno de los gatos (Rosero, 2007, p. 55).

La naturaleza no ha sido soslayada, al contrario, ha servido como principio de inspiración sobre la cual se han enmarcado acontecimientos descritos de manera profunda. Bien lo diría el personaje de Caldas en sus diarios: “el mundo vegetal está enraizado en las oposiciones” (Montoya, 2012, p. 123).
Montoya (2016) en su escrito Para qué la literatura, se pregunta y también cuestiona sobre la utilidad de la literatura en tiempos convulsivos, en tiempos de cambios, de modernidad, de consumo y de prácticas humanas que destruyen tanto a la naturaleza como al hombre mismo. Con base en esas cavilaciones, expresa lo siguiente: “este abrazo entre literatura y crisis es tan evidente que me atrevería a decir que se ejerce la literatura porque, al hacerlo, somos conscientes de que ella nos permite comprender mejor los núcleos fundamentales de nuestra existencia (Montoya, 2016, p. 2).
Y es que las dos novelas abordadas entrañan un contenido que encaja en una categoría de narración histórica y su poder descriptivo de la naturaleza en medio del horror proyecta una relación entre el pasado colombiano y la fantasía novelesca que motivan un cuestionamiento y un discernimiento en el lector, con base en esas letras compuestas entre lo humano, lo natural, lo ético, entre los sentimientos, y la vulnerabilidad frente a una patria doliente, dolida, dolorosa que se construye con el verde de la flora y la sangre de los asesinados.
Caldas reconoce que el verde de la tierra será siempre un color vinculado a la nostalgia. Una ilusión tramada con la luz que aproxima al presente, pero que está unida ineluctablemente al pasado. Mientras que el color que define en estos tiempos a la Nueva Granada es otro: el rojo (…) de las traiciones que asolan al Reino desde que brotó, roto en mil pedazos, el anhelo de la libertad (Montoya, 2012, p. 23).
Los hechos afectivos y la atmósfera con que Montoya (2012) y Rosero (2007) muestran la fantasía envuelven al lector, pues la presencia de la tierra, las montañas, el jardín y el agua en la literatura, son muestra del acto de estos escritores que permiten sumar una pieza del rompecabezas de la memoria histórica colombiana, un acto de responsabilidad frente a los problemas de su nación y allí es donde se evidencia que “la función de la literatura es reveladora” (Montoya, 2016, p. 2) y comprometida.
Por ejemplo, el personaje de Ismael diría en un fragmento de la novela: “yo elevo el brazo y arrojo el animal (granada) al acantilado, oímos el estampido, nos encandilan los diminutos fogonazos que saltan desde el fondo, las luces pintadas que trepan fragorosas por la rama de los árboles, al cielo” (Rosero, 2007, p. 68). La historia se presenta en forma viviente, encarnada en el miedo, en la víctima de la guerra, de la violencia. Hay una necesidad de componer literariamente el paisaje y de querer otorgarle autenticidad desde las circunstancias políticas y sociales que enardecen la narración.
Consideraciones finales
Las transformaciones sociales que ha venido experimentando Colombia: las desapariciones, la vulneración de los derechos humanos, los desplazamientos forzados, el narcotráfico, los enfrentamientos entre ejército, paramilitares y guerrillas, han dejado profundas y duraderas huellas en la literatura.
El tacto de los novelistas Montoya (2012) y Rosero (2007) se ha inclinado por la contemplación lírica de la naturaleza, y por muchos otros aspectos, pero, lo que se pretendió en este escrito, fue mostrar aquel cuadro de la naturaleza que dialoga con el testimonio exaltado de sentimiento, prendido con raíces de la realidad y que deja un hoyo en la sensibilidad del lector, en la sensibilidad del país que guarda en las tierras murmullos de querer reconocimiento, porque la memoria a veces suele parecer que se esfuma.
Sin embargo, tenemos la literatura, ella no abandona sus responsabilidades sociales, su propia voz y su misión de rescatar las voces de los derrotados para sacarlas a la vida pública.
Referencias bibliográficas
Cimadevilla, P. M. (2017). La fotografía y el herbario como formas de representación en Los derrotados de Pablo Montoya. Estudios de Literatura Colombiana 41, pp. 91-105. DOI: 10.17533/udea.elc.n41a06
Montoya, P. (2012). Los derrotados. Medellín: Sílaba Editores.
Montoya, P. (2016). Para qué la literatura. Universidad Autónoma de Bucaramanga. Recuperado de https://www.unab.edu.co/sites/default/files/Publicaciones_academicas/Portadas_libros/Para_que_la_literatura.pdf
Rosero, E. (2007). Los ejércitos. Barcelona: Tusquets Editores, S.A.Sancholuz, C. (2018). Ciencia versus violencia. La figura de Francisco José de Caldas en Los derrotados (2012) de Pablo Montoya. Cuadernos de Humanidades – N° 30. Pp. 93-104.